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Casa Zorrilla de San Martín - Museo Juan Zorrilla de San Martín

Rbla. Mahatma Gandhi 125, esq. José Luis Zorrilla de San Martín. Tel.: 2 710 18 18

Monumento Histórico Nacional desde 1975. De estilo netamente español, la casa fue erigida en dos etapas.

En 1904 se inició su construcción en lo que entonces era una zona despoblada de Punta Carretas, en un solar adquirido a Francisco Piria, cuando aún no existía siquiera la rambla. Zorrilla -que entonces vivía con su familia en una casa de la calle Rincón esquina Treinta y Tres, en la  Ciudad Vieja- erigió en primera instancia la torre blanca (que se ve hoy asomando por encima de sus techos de tejas rojas) y algunas habitaciones más, con el propósito de pasar allí los veranos y escribir en esa torre.

Por allí paseaba don Juan su nerviosa y ágil figura, de prolija barba, ataviado casi siempre de negro, con su gorra blanca de marino y ocasionalmente un bastón. Esa es la imagen física que sus contemporáneos tenían de Zorrilla, un hombre de conversación amena, ademanes enérgicos, espíritu abierto a todo y a todos, y que supo ganarse el aprecio y cariño de sus conocidos y aún de los que no lo conocían. Era un hombre de inmensa popularidad en aquel Montevideo de las primeras dos y tres décadas del siglo pasado, todavía con una cotidianeidad que se resistía a dejar de ser aldeana.

En 1921, Zorrilla inició la segunda etapa de su casona, agregándole a lo ya construido, el actual comedor, que remite a lo más puro de las casas españolas: un extremo de la habitación está presidido por una chimenea bordeada de azulejos, que en su frente tiene labrado el escudo de la familia Zorrilla de San Martín, cuyo lema reza “Velar se debe la vida de tal suerte que viva quede en la muerte”. La pared sur se abre hacia una terraza desde la que se aprecia el mar y en la pared enfrentada un gran mural del hijo del poeta, José Luis Zorrilla de San Martín, narra en un tríptico pintado al fresco el versículo bíblico de la cena de Emaus. El hijo de Zorrilla lo pintó en 1927, poniendo en práctica un ensayo de muralismo con el que complementaba su verdadera pasión, que era la escultura. El diseño de los agregados edilicios de la casa lo hizo también su hijo José Luis, para quien el arte en todas sus disciplinas no tenía secretos. Paralelamente se rediseñó el jardín, siendo de esta segunda época la fuente y el banco de azulejos españoles, que por su encanto y simetrías llaman hoy tanto la atención de los visitantes.

La casona fue en vida de Zorrilla de San Martín -y a medida que pasaba allí temporadas cada vez más prolongadas- lugar al que llegaron ilustres visitantes de la alta intelectualidad nacional y extranjera, además de las máximas jerarquías eclesiásticas. Los sucesivos arzobispos de Montevideo, Monseñor Mariano Soler y Monseñor Aragone, fueron dos de los asiduos concurrentes al hogar estival de Zorrilla, alguna vez hasta oficiando misa en la recoleta capilla de la casona, la misma en la que algunas de las nietas del poeta tomaron su primera comunión, entre ellas -realizándolo en forma conjunta, en 1930- Luisa Montero Zorrilla y la destacada vestuarista teatral Guma Zorrilla Muñoz.  También cabe mencionar entre los ilustres visitantes de la casona al pintor español Ulpiano Checa y a los eminentes filósofos Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset; al filósofo compatriota Carlos Vaz Ferreira y su hija, la poetisa María Eugenia; al poeta mexicano Amado Nervo, que en aquel tiempo ejercía el cargo de embajador de su país en el nuestro y vivía en el Parque Hotel; a Juana de Ibarbourou, de quien Zorrilla fue su padrino de casamiento, aunque le impuso como condición que la unión se celebrase por la  Iglesia, lo que en principio Juana había descartado, pero aceptó por la única razón de tener a Zorrilla investido como su padrino de bodas. También la poetisa Susana Soca asistía regularmente a la casa de Punta Carretas, pidiéndole un consejo para su obra poética. 

En 1926 el vate recibió, en su casa veraniega, un obsequio enviado por el rey Alfonso XIII de España que le emocionó particularmente: el escudo familiar tallado en piedra, que el monarca hizo sacar de la casa solariega de los Zorrilla de San Martín en el Valle de Soba y quiso que el poeta uruguayo lo tenga en su casona. Ambos habían mantenido amables conversaciones luego que Zorrilla ofreciera el recordado discurso en La Rábida, sobre la relación de España con las naciones americanas. La colocación del escudo con la leyenda “Velar se debe la vida…” en una pared externa, en el camino de ingreso a la casa (y que aún se mantiene en perfecto estado) originó una emotiva ceremonia que contó con la presencia del entonces presidente de la República, Ing. José Serrato.

Pasado un lustro de la muerte del poeta –acaecida en esta misma casa, el 3 de noviembre de 1931– el Estado adquirió el edificio a los hijos de Zorrilla de San Martín con el propósito de transformarlo en museo, poniéndolo bajo la órbita del entonces Ministerio de Instrucción Pública (hoy de Educación y Cultura) y formando parte del conglomerado de casas históricas pertenecientes al Museo Histórico Nacional del Uruguay.